7 de diciembre de 2007

Reflexión en forma de poema.

"Las lágrimas escuecen. 
Soy espectadora de lo que otros sienten, pero no experimento. 
Yo aún no lo he sentido. Pero lloro. 
Lloro porque siento otras cosas que quizá se parecen. 
Lloro porque estoy escribiendo en primera persona. 
Porque las cosas son difíciles. 
Porque veo gente que ha sido feliz, pero ha perdido y ahora es triste. 

Pero yo no lo he sido. No he sido feliz. 
Yo no he perdido, porque nunca tuve nada. 
Eso me hace estar vacía. O quizás llena. 
De tristeza, de amargura, de contención, de incomprensión. 

Y lloro. 
Porque en ese momento, 
mi cerebro sólo le ordena a mi cuerpo que llore.
A mis ojos que lloren. 

Es ese llanto incontenible. 
Que te nubla la vista, te seca la garganta, te martillea la cabeza. 
Que amaina un poco. Pero con el mínimo pensamiento vuelve. 
Aún más fuerte. 
Es ese llanto que viene porque deseo con toda el alma. 
Porque amo con toda el alma. 
Pero no tengo a nadie con el alma tan plena de amor como la mía. 
O tengo alguien con su alma, plena, puesta junto al alma de otro u otra. 

Y a pesar de la humedad del llanto, me seco. 
Me voy, poco a poco, secando. 
Secada por la mala suerte, por la pena. 
Por las diferencias, por el tiempo mal elegido. 
Por los poemas escritos con un Yo. 

Y me repongo falsamente. 
Y pongo sonrisas en mi cara que nunca estuvieron ahí de verdad. 
Y pongo palabras en mi boca que nunca pronunciaría. 
Para que quede bien guardada mi alma plena de amor herido. 
Para que no puedan compadecerse los ojos curiosos que la miran. 
Para no responder a preguntas que se clavan como dardos. 
Como miradas. 

Escondida. 
Siempre, fugitiva. 
Solo saldrá a la luz con un recuerdo de algo que no he vivido. 
Con algo que no he vivido, que veo y no experimento. 
Pero que siento. 

Lágrimas que escuecen…"

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