Pequeña niña desarticulada de ojos enmarcados en marrón. Rota por dentro y cicatrizada mil veces. Mil una. Mil dos. Contando. Alérgica a tu suerte, que ha decidido oscurecerse con cada paso adelante que has querido dar. Cuando crees tener alas en tu maltratada espalda, cuando parece que esa vez sí, que vas a levantar al fin el vuelo, aunque sólo sea para planear un poco por encima de unas cuantas cabezas. Cuando te sientes de nuevo preparada. El crudo y fiel espejo te devuelve la imagen que te ata de nuevo al suelo. De tu espalda no sale ala alguna, sino dos ramas retorcidas y desnudas que no te van a llevar a ninguna parte, que no sirven para volar. Estás baldía, en su cuarta acepción del diccionario de la RAE. Y lo peor de todo es que esto lo has vivido ya muchas veces y con cada una de ellas te das cuenta de que duele un poco más. Y corre el tiempo y corren tus oportunidades. Se escapan. Se te escurren entre los dedos como la arena que hace tiempo que no pisas. Y la filosofía de ir a tu ritmo que te has aprendido tan bien no reconforta siempre como debería. Dicen que de palos se aprende. Pero los palos lo único que hacen es dejarte magullada e indispuesta durante un tiempo indefinido en el que tu vida se para, se estanca, se revuelca por el lodo y te empaña los ojos noche sí noche también.
Y no tengo tela pa coserme unas alas nuevas...
Besos con marca.