"Mujer, 23 años, Síndrome Compartimental".

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"Tengo muchas mujeres dentro. Bueno, digamos mejor que me compongo de muchas mujeres, tanto por dentro como por fuera, sobre mi piel o a mi través. Cada una me aporta algo y la superposición del espectro de todas ellas dan como resultado la imagen virtual de lo que soy.

Muchas de estas féminas soy yo misma. Diferentes partes de mí que pueden o no ser visibles según el foco de luz que me esté apuntando a la cara. Variedad inmensa de colores de una misma que se entremezclan en la paleta que es el todo de mi yo. Puedo estar roja de ira, de furia, de pasión, quemada por el sol. Esperanzada, envidiosa o vestida de quirófano en verde. Azul tristeza, azul asfixia... Me meto en marrones como mis ojos y mi pelo. Claroscuro de mi piel y mi futuro.

El resto de Evas que me componen son las que, de mil maneras, forman parte de mi vida, de mi mundo, de un recuerdo, del imaginario de mis sueños...

Mi piel ha almacenado todos los abrazos que me han dado, haciéndome tener alrededor una capa sensible a la par que resistente. En la espalda llevo tatuado el cruce de brazos superpuestos unos tras otros, quedando siempre más profundo el que más me reconfortó hará unos 2003 años.

En el pelo llevo enredado humo de cigarros, incienso y palabras. Mis rizos son sus risas y problemas y, si los deshaces, puedes leer la historia de sus dueñas. Y el flequillo... Se me ha despeinado tantas veces de vientos y suspiros que ni me acuerdo de cuánto lo he tenido que volver a colocar, peinando cenizas, saetas, muñeiras y estridor.

Estos dos ojos registran todas las veces que sueño con ellas. Son como dos archivadores alfabéticos en los que se acumulan diapositivas firmadas por Morfeo. Reproducción automática con fundido en negro que abarca desde el más profundo de los miedos hasta el más bajo de mis deseos. Caídas al vacío, orgasmos enjaulados, huídas a caballo y siempre una amazona al lado.

Tengo un par de pies que se saben de memoria las direcciones de las mujeres que son o fueron importantes. Era necesario no pensar si quería tener valor para acercarme a ellas, así que lo más seguro, aunque a veces temerario, era dejarlos hacer. Luego las manos ciegas ya se encargarían ellas solas de palpar las puertas a las que llamar, los picaportes que girar, las tretas que construir, los sentimientos que desnudar y los trozos de corazón que recobrar.

Corazón. Difícil palabra que se usa a la ligera cuando de mujeres se trata... Yo comparo el mío con un edificio con pisos en venta o alquiler. Unas decidieron comprar su sitio aquí dentro del tórax, tras los pechos que alguna vez se irguieron para salir a saludar al paso de un roce. Son las que permanecerán de por vida en la cuenca de una aurícula o ventrículo, empapando mi sangre de sus esencias y haciendo que, de vez en cuando, todo huela a ellas si se ponen a airear sus sábanas en el tendedero de la aorta. Otras van de paso. Entre sístole y diástole se alquilan un pequeño estudio en el hueco de la mitral o la tricúspide. Suelen alegrarme la vida con su trajín hasta que empiezan a subirme la tensión y tengo que hacer donación de sangre, sudor y lágrimas para librarme de ellas.

¿Tienen nombre estas mujeres? Claro que sí, mi lengua se los sabe todos a la perfección. Pero no es necesario enumerar una lista cuando una sola palabra puede abarcarlas a todas en tan solo dos letras:

YO."

Estela R. G.

10 de Julio de 2010