12 de noviembre de 2013

Esa imagen que te inspira un par de versos y ya no puedes parar.



Deshacer el nudo de tus piernas con las mías
es sencillo cuando ya han sido aprendidas
todas las posturas
- y todas es un triste pero cierto sinónimo de pocas
en este cuarto invierno castigada
sin el refugio que un día quise construirme en tus costillas.

Mis manos se pierden en el frío
si les cambias las reglas del juego,
de tan acostumbradas
a la rigidez férrea de buscar algo a lo que anclarse cada noche
y sólo encontrarse la una a la otra
por los pliegues de mi cama.

Y tengo que volver a recordar cómo se hacía eso
de no dormir imaginando que me abrazas
y me busco otro cuerpo,
aunque sea inventado,
al que acoplar su respiración en mi nuca
antes del último pestañeo.

No te pido que entiendas que
a pesar de haber perdido los derechos
me sigo atribuyendo la autoría
de todos los suspiros
de todas las mañanas de lluvia en tus ojos
porque sé a ciencia cierta que no has dejado de pensar
que nos ha faltado la oportunidad y nos han sobrado
a cientos
los kilómetros.

Perdona si me hago un lío
y te confundo
y te tuteo
pero han sido muchas las mareas que han pasado
por la playa en la que nos perdimos el respeto
y tengo que pedirte que me devuelvas
uno a uno
los sueños que iban envueltos en lo mejor de este ser
que se ha quedado, como siempre,
a las puertas del cielo.

Ese cielo que es el mismo que miramos cada día,
puede que hasta al mismo  tiempo,
como cuando te metías en mi cabeza y eras
capaz de revolverme la melena y volver locas
a las mariposas que antes se arremolinaban
a la altura del diafragma
y que ahora, después de alimentarlas tanto tiempo,
han decidido marcharse al refugio de otra amante
que todavía conserve intacta la capacidad de erizarse
con el hecho de pensar que un día,
en lugar de estar aquí escribiendo borradores virtuales,
estaría susurrándote al oído
las múltiples combinaciones posibles para besarte
uno a uno los lunares y tener para dos o tres vidas más contigo.

Y ahora sacúdete el sueño de los párpados y avísame,
porque si nada de esto te ha rozado
-en las yemas de los dedos
o detrás de las rodillas-
sabré que esta habrá de ser la última declaración
de guerra que te escriba.

Estela R. G.
11 de Noviembre de 2013

Besos con marca.

10 de noviembre de 2013

Ficciones (IV).

"Miré por la ventana y vi a una chica en lo más alto de un acantilado. De pie, a veces inmóvil a veces intentando luchar contra algo que no acerté en ese momento a descubrir. Seguí con mis cosas, con mi vida, pensando que aquella extraña visión que acababa de tener sería un hecho aislado. Otro día cualquiera volví a pasar por delante de la ventana, giré mi cabeza despreocupadamente y allí continuaba. Me asomé, aunque seguía sin poder distinguir bien qué era lo que le pasaba a la muchacha. Recordé que por algún cajón de mi casa debían estar los viejos prismáticos de mi abuelo y corrí a por ellos esperando que, al volver, la joven aún permaneciera allí.

Aquel instrumento me permitió ver que se trataba de una mujer de aproximadamente mi edad, con un vestido sucio por los bajos y una manga rota dejando ver uno de los hombros. El pelo le caía por la espalda en numerosos rizos desechos y tenía los pies descalzos. Mi curiosidad aumentaba. ¿Qué hacía allí? ¿Y por qué estaba en aquellas condiciones? Menuda loca, pensé. Aunque al fijarme un poco más en los pies me di cuenta de que uno de ellos estaba agarrado por una gruesa raíz que se perdía allí donde mi vista ya no alcanzaba. Estaba atrapada, pero tras un rato mirándola descubrí que no siempre intentaba zafarse de lo que la retenía.

En algunas ocasiones parecía como si mirase con resignación hacia el lugar desde donde venía la enorme cadena vegetal que la anclaba al precipicio. Incluso varios días la vi desaparecer en aquella dirección y volver con un vestido nuevo que volvía a mancharse y a romperse y una melena bien peinada que volvía a enmarañarse. Otras se tumbaba boca abajo y se estiraba todo lo que podía para asomarse al borde, atraída por el sonido que las olas producían al golpear contra las rocas, por los delfines que saltaban libres y volvían a zambullirse, por los sugerentes cantos de sirena que a veces la llamaban...

Aunque lo que más cautivó mi atención fue dedicarme a mirarla cuando anochecía. La chica pasaba cada noche esperando el momento en el que la Luna aparecía por el trozo de horizonte que desde su situación podía abarcar con su mirada. La Luna la iluminaba como si todo su resplandor sólo fuera destinado al trocito de roca que la joven mujer ocupaba y ella pasaba horas y horas admirándola, bailando para ella y alzando los brazos como si quisiera tocarla. Algunas veces pasaba largo tiempo agachada y luego se levantaba de nuevo hacia ella, pero los prismáticos no me permitían ver lo que hacía. Esas veces el mar parecía más furioso que nunca y la raíz, como si tuviera envidia, apretaba más el nudo que formaba alrededor de su pierna.

Aquello me fascinaba tanto que comencé a perder horas de sueño por ver el ritual al que me tenía acostumbrada aquella misteriosa joven. Había hecho de mi ventana una butaca en primera fila desde la que veía su rutina como si de un espectáculo se tratase. La había hecho parte de mí y quise conocerla. Quise ponerle cara y nombre, saber cómo sonaba su voz y que me contase su historia. Y empecé a correr. Corrí hacia ella, escalé montañas, crucé ríos, atravesé bosques. Tropecé y caí mil veces, me desollé las manos trepando, la lluvia me mojó y el frío me caló cada noche que pasé a la intemperie. Cuanto más sufría en mi camino, más empatizaba con todo lo que mi pequeña desconocida estaba padeciendo en aquel rincón del mundo en el que estaba extrañamente confinada y más eran las ganas de llegar a ella.

Descubrí un hermoso bosque lleno de flores de todos los colores y árboles frutales, pleno de frondosidad, a unos pocos kilómetros de donde estaba ella. En el centro de toda la vegetación crecía el árbol más bello que había visto jamás. Emanaba una luz y un olor que te atrapaban, sus frutos eran dulces y tiernos y entre sus ramas pude hallar cobijo para pasar la noche y dormir arrullada por el sonido del viento al pasar entre sus verdes hojas. Quedé fascinada con aquella criatura de la naturaleza pero mayor fue mi asombro cuando a la mañana siguiente pude ver que de él nacía la raíz que tenía a la muchacha atrapada en aquella cruel tortura. ¿Cómo podía ser algo tan bello y doloroso a la vez? Volví a emprender mi camino, desesperada por llegar hasta ella y viendo como la tierra se hacía más baldía y seca conforme dejaba atrás el bosque y me acercaba más.

No sé exactamente cuánta distancia tuve que recorrer hasta que pude verla. Se había quedado inmóvil al oír mis pasos acercarse, sentada en el suelo, y anduve muy despacio los últimos metros que nos separaban. No se giró cuando la saludé con un tímido hola ni cuando le dije mi nombre y le pregunté el suyo. Me di cuenta de que a pesar de haberla estado observando tanto tiempo jamás había visto su cara, que la lejanía no me lo había permitido. Me agaché tras ella y le puse suavemente la mano en uno de sus hombros. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, vellos de punta. Una luz cegadora me aturdió y los oídos me zumbaban, mareándome.

Había estado mucho tiempo enamorada de aquel maravilloso árbol que no quería soltarla y no la dejaba vivir todo lo nuevo que la estaba esperando. Podría haber destruido aquella raíz y haber acabado con su condena, pero sabía que así él también sufriría y no era capaz de causarle tal dolor. Así que vivía alejada de él cuando podía y soñaba en el borde del acantilado con todo lo que podría haber más allá si alguna vez se atrevía a desasirse de él. Además... ¿Qué podría haber hecho ella de haber roto con sus cadenas si todo lo que conocía del mundo era aquel bosque?

El mar la llamaba constantemente, sí. Era la tentación, la salida rápida, el fin. Era la carne, el deseo más inmediato, el placer por el placer. Era lanzarse, caer en una espiral de espuma y voluptuosidad que, tras volverla loca y acabar con la pizca de inocencia que le quedaba, la dejaría hecha piel, pelo y huesos en la orilla de una playa de quién sabe qué lugar. Desorientada, desnuda. Nada. Estuvo a punto de arrojarse tantas veces porque hacía tanto tiempo que nadie la tocaba que moría por volver a sentir. Pero el miedo siempre era más fuerte. El miedo la tenía anclada.

También estaba la Luna. Oh, la Luna... Aquel astro brillante e inalcanzable era su verdadero deseo. Su luz, su guía intermitente a la que sólo podía tener por unas horas cada noche. Y a veces ni eso, había un extraño ciclo que se la arrebataba cada cierto tiempo, aunque la Luna siempre volvía a aparecer y, con ella, la hermosa sonrisa cansada de la muchacha. Las noches en las que yo la veía de rodillas desde mi ventana, le estaba escribiendo los más bellos versos a la Luna con sus dedos en la tierra, por eso su vestido siempre estaba sucio. Y luego alzaba sus brazos, su voz y su amor hacia el cielo para regalárselos. Pero de tan pequeña ella o de tan alta la Luna, nunca conseguía hacérselos llegar. Creyendo que el viento, celoso, desviaba sus palabras para que no la tocaran, se peleaba con él y por eso su pelo siempre estaba hecho un desastre. Como toda ella. Así, se había hecho experta en contemplarla y en dejarse tocar por su fulgor. Maravillada, agradecida, devota.

Descubrí que su voz, conforme me contaba la historia de su vida, se me iba haciendo más y más familiar. Y lloré. Lloré tanto al conocer al fin su historia que las lágrimas no me dejaron ver que la muchacha se había girado y estaba frente a mí, mirándome a los ojos, llorando como yo. Entonces lo comprendí todo. Estaba tan cegada que hasta que la realidad no me sacudió con toda su fuerza tras un arduo camino, tras experimentar mi propia odisea, no fui consciente de que aquel día cuando eché un vistazo por la ventana, lo que en realidad había enfrentado era mi rostro en un espejo."


Besos con marca.

3 de noviembre de 2013

En mis venas.


"Ahora da la sensación de que todo está en mis venas, circulando en mi interior, retorciendo mis arterias. Se quedó grabado a fuego en las yemas de mis dedos, protegiéndome del golpe, del contacto con tu fuego. Porque nada vale nada, en un lado o en el otro se equilibra la balanza y duele todo, tanto, todo. En un lado todo el daño, todo lo bueno en el otro. Pero tú nunca en el centro, siempre haciendo algún destrozo. Y ya no puedo coserme, reinventarme ni quererme. Ha sido todo tan raro, sucedió todo tan fuerte.

Ahora da la sensación de que todo está en mis venas. Ley de la gravitación y al caerme me repongo. Proyectándome hacia el cielo, busco aire, encuentro polvo. Porque nada vale nada, en un lado o en el otro se equilibra la balanza y duele todo, tanto, todo. En un lado todo el daño, todo lo bueno en el otro. Pero tú nunca en el centro, siempre haciendo algún destrozo. Y ya no puedo coserme, reinventarme ni quererme. Ha sido todo tan raro, sucedió todo tan fuerte."

Supersubmarina - En Mis Venas


Nunca antes me había sentido tan identificada con este tema. Yo, pequeña de las dudas infinitas que siempre lloraba con otras canciones de Supersubmarina... Y es que es tan grande el miedo que siento a no saber reinventarme, coserme. Quererme... Me da tanto pánico saber que hay tan pocas cosas seguras en mi vida. Poco más que el paso de los días y la fecha de un examen que cada vez está más cerca y cada vez se me hace más cuesta arriba...

He estado leyendo mi blog este fin de semana en orden cronológico, desde el principio, reconociéndome y desconociéndome a golpe de click. He visto que el miedo es una constante en mi vida y no me gusta. ¿Quién querría vivir con miedo? El miedo sólo sirve cuando te hace crecer, cuando es ese estado en el que estás alerta y te superas a ti mismo para acabar con ese desasosiego. Y yo todavía no he aprendido a hacer eso. Creo.

No hago más que salir magullada de todo lo que me rodea. Hace tanto tiempo que no tengo una buena noticia de esas que te hacen olvidarte de todo lo demás, de seguir poniéndole ganas a la vida y no de tener que echarle cojones día tras día... Que sí, que vale, que nadie dijo que fuera fácil y con todo esto no estoy diciendo que me vaya a rendir...

Bah, si es que en realidad no sé ni por qué estoy escribiendo hoy aquí... Si simplemente lo que había sentido, lo que estoy sintiendo estos días, es que ha llegado ese temido momento en el que muchas canciones de desamor empiezan a cobrar sentido...


Besos con marca.